Está
de amarillo de la cabeza a los pies. Se lo ve enorme, tremendo. Se para
frente al punto del penal y el arco parece de fútbol 5. Señala a la
tribuna mientras se golpea el pecho porque atajó dos penales y Argentina
jugará otra vez la final de la Copa del Mundo. Romero no quiere irse de
Itaquera. La voz del estadio anuncia que fue elegido “jugador del
partido”. No escucha porque todos lo abrazan, estiran las manos al cielo
para acariciarle la nuca. La épica del fútbol, como toda épica, se
nutre de héroes, y la Selección tuvo uno. ¿Tenemos arquero para ganar el
Mundial? Sí.
Fue a rematar el 2, Vlaar. Tiró
hacia la izquierda, cerca del medio, y Romero bloqueó la pelota. Ahí
empezó a caer el telón, porque Messi fue Messi por un ratito y la
acomodó lejos de Cillessen. Robben la aseguró abajo y Garay casi rompe
la red. Entonces es el turno de Sneijder, el exquisito Sneijder, y
Romero vuela a la derecha. Punto final, estampado por Agüero y por Maxi.
4 a 2 después de un 0 a 0 tenso y la Selección definirá la Copa en el
Maracaná el domingo. En un parpadeo los brasileños han recibido otra
golpazo y se esfuman de Itaquera. Gigantesco, como Romero, el estadio es
carne del canto albiceleste.
Son días
históricos para el futbol nacional los que corren, esos que se viven a
toda velocidad y se analizan cuando el tiempo da un respiro. Todo es
urgente, menos las ganas de Romero de irse al vestuario. En el césped
sólo queda él, reporteado por la televisión y buscando en todo momento a
su familia entre la multitud. Malditos penales en Alemania 2006,
benditos en Francia 1998 y en Italia 1990. Así se va esculpiendo el
devenir de un país futbolero. La de esta noche en San Pablo fue de las
buenas.
Hay un abrazo especial. Lo sostienen
Romero y Mascherano. No hay adjetivos que le calcen a Mascherano, el
caudillo positivo. Por esas venas corre sangre limpia y genuina. Le
sobra, así que la riega en el pasto. Mascherano planea sobre los rivales
y se lanza en picada para frustrarlos. Y si no que le pregunten a
Robben, que se relamía en el área cuando Mascherano salió de ninguna
parte y barrió abajo para evitar el gol. El mejor jugador de los 120’
fue Mascherano, con y sin la pelota. El líder de la Selección.
Si
no hubiera estado Argentina en la cancha, sin la tensión que
electrificó a 40 millones de hinchas, la semifinal se habría visto de
otra manera. Los neutrales saben que fue un duelo tan esquematizado,
fueron tantas las precauciones tomadas, que resultó monótono y por,
momentos, mal jugado. A Messi y a Robben los rodearon dobles y triples
marcas. Los campos permanecieron minados en las cercanías de las áreas y
prácticamente no se generaron situaciones de peligro. Los de afuera se
aburrieron, pero los de afuera son de palo.
Argentina
hizo muy bien todo lo que debía para no perder. Sólido y concentrando,
el equipo no ofreció resquicios. Se amuralló con inteligencia. Le
faltaron recursos para ganar. Sabella edificó su dique de contención y
dejó a las duplas Messi-Higuaín y Messi-Agüero libradas a la
inspiración. Poco para conmover a Holanda, suficiente para mantener el
cero. ¿Saldrá un partido similar contra Alemania?
Basta
de futurología. Es el momento de darles espacio a esas estiradas de
Romero que abrieron la puerta de una final después de 24 años. De
aplaudir a Mascherano hasta que las palmas quedan despellejadas. Estamos
tan desacostumbrados a celebrar en estas instancias que el corazón pide
ese guiño que la razón suele negarle. Fue en San Pablo, un 9 de julio,
cuando la escalera quedó firme y todos subieron con la ilusión en el
grito. Queda ese peldaño, tan cercano y a la vez terrible, para que esta
fiesta sea absolutamente completa
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